Carmen Conde y el faro de Cabo de Palos

Estaba el camino del faro negro y afilado de viento con lluvia. Un terrible huracán de olas se rompía en los oídos... ¡Oscuro el mar, todo el mar desde Cabo de Palos, por una noche de tormenta blanca y roja sobre su faro!... ¡Ay tierra desnuda, desierta, horadada en su menhir!


Cabo de Palos en la vida y obra de Carmen Conde
Por MARÍA VICTORIA MARTÍN GONZÁLEZ*

Huyendo de la tierra caliente, con olivos y naranjos, el brazo del cabo se hunde en el mar bravamente. Penachazo de luz, aspado, rumoroso de olas, el faro se cimbrea con el viento impetuoso que llega de ardientes zonas, desbocándose impaciente de frescura marina. Las playas abiertas al sol contienen barcas, quietísimas en los días de tempestad. Pobres barcas humildes con las que nadie se atreve a hendir las aguas arremolinadas, aunque el hambre empuje el corazón a la aventura más loca. 

Es el Cabo, sí, la imagen de un Cabo de Palos mimado de juventud en la pluma de aquella Carmen Conde de veinticinco años que descubría este pedazo de Mediterráneo, cuando escribía casi de manera instintiva, dirigiendo la mirada aduladora al mar del Cabo para que éste le respondiera con historias, con sonrisas de palmeras y saludos altísimos de faro y ella, dueña de la metáfora y de las sensaciones perfectas, descubriéndose ante la torre de luz, las reprodujera.

Vista aérea del Faro de Cabo de Palos en febrero de 1934


Pero qué, cuándo y cuánto más es Cabo de Palos en la vida de Carmen Conde. 

Fundamentalmente Cabo de Palos es una fecha, de 1932 a 1934, una época, la juventud, un estado, recién estrenado el matrimonio y un proyecto humano y social, la Universidad Popular que traduce una idea, la República, también recién estrenada, a través de las Misiones Pedagógicas. Así que Cabo de Palos se convierte en el marco ideal donde se dan cita amor, literatura y entrega humanista, por lo que se incorpora a su vida instalándose en ese lugar privilegiado de la Memoria en donde los recuerdos cobran vida propia y crecen, se transforman mediante el proceso selectivo único que nos es dado para sobrevivir: el de la libertad de pensar, libertad de soñar, libertades que en Carmen Conde tienen un reino exclusivo. 
Carmen Conde

Indudablemente la escritora conocía Cabo de Palos antes de 1932. No sólo por su proximidad a la ciudad natal, Cartagena, sino por sus posibles visitas con la familia y, casi con toda seguridad a partir de ese definitivo novio poeta que a partir del verano de 1927 la llevaría a recorrer para redescubrir el paisaje de la comarca impregnándole de un afecto propio de los integrantes del parnasillo cartagenero del 27 que sentían especial apego por lo autóctono y pretendían el objetivo de elevar a categoría artística y literaria los elementos más tradicionales y más cercanos de nuestra herencia cultural. Aquellos jóvenes, además, conocían y admiraban a Gabriel Miró, el autor de El obispo leproso y Las cerezas del cementerio, el de Años y Leguas, el de El Ángel, el molino y el caracol del faro y tantísimas más. Y es que Gabriel Miró frecuentaba Cartagena y Cabo de Palos porque solía visitar a su tío materno, el médico Antonio Ferrer que ejercía la medicina en la ciudad departamental. Con frecuencia, Miró acudía a Cabo de Palos y se dejaba inspirar por las historias de los pescadores y por las del faro. Y hasta allí se acercaban los jóvenes intelectuales para deleitarse con su presencia y compartir la magia de unos nocturnos marinos amados por el escritor que le reponían de aquella dolencia afectiva suya que él llamaba desnutrición sensitiva del Mediterráneo. Con el transcurrir de los años, Carmen Conde adoptó, en recuerdo del escritor, el nombre de dicho padecimiento para definir su asfixia de la piedra y el asfalto del interior y la acuciante necesidad de acudir al Levante español en busca de las brisas, las sales, los yodos y un mironiano arcangélico azul inmenso de exclusiva mediterraneidad. 

"Estampas del faro", Gabriel Miró

Cuando Carmen Conde lee a Miró a sus poco más de veinte años, reacciona como solía hacerlo, dirigiéndole una carta para entablar relación epistolar. Lo hace expresándole su admiración y solicitándole un ejemplar dedicado de El Obispo leproso. Pero será en marzo de 1928 cuando descubre, casualmente, que el escritor alicantino afincado en Madrid tiene una hija de su misma edad, Clemencia Miró quien, además, también es poeta como ella. 


Desde 1927 a 1930 año en que murió el escritor alicantino, Carmen Conde tuvo tiempo de enamorarse de su obra, de su estilo literario, de sus expresiones y forma de decir y describir paisajes, de amistar con Clemencia Miró, hija del poeta. Y así, acercarse a una imagen idílica del Cabo de Palos. Leyendo a Gabriel Miró, Carmen Conde se afirma en el estilo propio que ella venía cultivando y consistía básicamente en ser fiel a su propia percepción del mundo, saber analizar minuciosamente los sentimientos y emociones y especialmente, realizar un constante esfuerzo para encontrar las palabras que dieran forma única lírica y concreta a su forma de entender su yo ante el mundo. Por
eso necesitará siempre la experiencia antes de sentarse a escribir. Tanto en su verso como en su prosa importará siempre más que la acción, la emoción tamizada por la exigente labor de indagación en un lenguaje perfecto. 

Cabo de Palos, según estas notas sobre estilo, es un ejemplo claro dentro de la producción literaria de Carmen Conde de lo que ella misma ha venido llamando su experiencia vitalírica. Esta escritora es una evocadora de lo vivido, que opta por vivenciar en sus textos el paseo por un espacio convertido en universo literario, lleno de caminos simbólicos; por un tiempo que fluye ágil desde el pasado hasta el futuro, lleno de realidades propias y ajenas; por la existencia de todos los seres que pueblan nuestra vida enriqueciéndola con las suyas propias. Al igual que Cartagena, La Unión, Melilla, Ifach o El Escorial, Cabo de Palos es un espacio geográfico en el que se recreará repetidamente a lo largo de sus prosas, no así en su verso. Cuando escribe relatos inspirados en el litoral del sureste, en su tierra misma, procura hacer una digresión y recrearse en Cabo de Palos. 

¿Cuándo sucede esta particular vivencia? Debemos adentrarnos en la época de la Universidad Popular. La sede estaba en Cartagena, las clases y conferencias extraordinarias, la biblioteca, tenían carácter fijo y programa establecido como curso. Pero también se incluía el proyecto de Misiones Pedagógicas que abarcaba todo el territorio regional, con puntos extremos previamente seleccionados a los que se pretendía acudir para llevar un poco de cultura a quienes tanto carecían de ella. Entre esos pueblos estaban, entre otros, Zarcilla de Ramos en la sierra de Lorca, Fuente Álamo en el interior y Cabo de Palos en el litoral. 

Acudir a un Cabo de Palos que aún no poseía luz eléctrica, donde el sustento de la economía básica era la pesca y donde la escuela rural estaba en estado precario borró por completo la idílica imagen mironiana que hasta entonces poseía Carmen Conde. El curso contemplaba desde sus inicios realizar la primera etapa de las Misiones en Cabo de Palos: Tenemos noticia de ello el 30 de octubre de 1933 en el diario La Tierra, en el que se lee: 

Los días 27 y 28 de este mes han actuado los elementos del Patronato de Misiones Pedagógicas señoritas Moliner y señores Cobos y Sánchez Barbudo juntamente con los miembros de la Universidad Popular don Antonio Oliver y doña Carmen Conde de Oliver. Cinco sesiones han sido celebradas. Cine educativo del que gozaron una bella muestra de la universidad Popular el domingo pasado, discos seleccionados de gramófono, canciones populares y lecturas comentadas de poesías y prosas líricas españolas. Los niños, locos de entusiasmo y los mayores, el humilde, sufrido y abandonado pueblo de Cabo de Palos, han disfrutado de la alegría y la cultura sana que difunden estas beneméritas Misiones cuyo corazón es el imponderable M. Bartolomé Cossío. Charlas, comentarios, estímulos de la personalidad local: todo cuanto puede hacerse para acercarse al espíritu del pueblo que trabaja y no dispone de otro agrado que el deber que se ha hecho con extraordinario amor. El jefe de la estación Radiotelegráfica ha prestado su ayuda valiosísima a la Misión Pedagógica, prestando el fluido eléctrico necesario para instalar el cine. La misma noticia se podía leer en El Porvenir que insistía en la satisfacción proporcionada a las sufridas familias de pescadores que abandonadas a su mala suerte, viven olvidadas frente a su hermoso mar. 

Toda esta actividad era un empeño especial de Carmen Conde. Ella era quien coordinaba e impulsaba personalmente las secciones de Biblioteca, la sección femenina junto a Josefina Sánchez Bolea y la del Cinema Educativo, poniendo en este último todo su tesón dado que por entonces desempeñaba el cargo de vocal en el Consejo Nacional de cinematografía educativa, como también impulsó el Archivo de la Palabra, respaldada por el Centro de Estudios Histórico dirigido por el prestigioso filólogo Tomás Navarro Tomás. Carmen Conde reflejará la rica y emocionante experiencia en su obra, que en este momento era Júbilos, una prosa lírica cuya base es la infancia aunque ya comenzaba un asomo de denuncia social importante. Ella misma iba a ser madre, estaba embarazada de su primera hija y le dolían más los niños y las mujeres: 

En los días de tempestad, encerrados en miserables casucas, muchos ojos doloridos, esperan el milagro de la calma. Hambre, hambre que nadie debe padecer, y menos los niños; los morenos niños salobres, hermosos niños de Cabo de Palos. Siempre desnuditos, descalzos; al viento sus dorados cabellos, sus relucientes rizos oscuros; en las manos las conchas de magnífica arquitectura que el mar regala a sus víctimas. Las mujeres son delgadas y tristes, resignadas; hablan con la misma ondulante voz del agua y en la desierta extensión son islas de inocente amor humilde. 

La experiencia del cine tiene su apartado en una prosa titulada: El cine en la playa, del mismo libro: 
-¡Venid al cine! todas las manos que, juntas en un manojo son de bulto como mi corazón, se me han ofrecido. 
-¡Yo, yo, yo!
-¡Cuesta adelante, en el gris verdoso de la tarde, yo subo con mis alegres compañeras; son niñas muy pobres, hijas de pescadores, que van descalzas pero que sonríen. 
Un aletazo del viento rompe la fila de delantales remendados. 
-¡No tengáis miedo. Estoy yo aquí. Y me incorporo sobre el temblor del aire fuerte como un árbol, llena de hojas diminutas que anhelan la felicidad de las imágenes doradas que yo les he brindado. 

Júbilos incorpora otras prosas líricas paisajísticas con imágenes de aquella punta del litoral, abarcando desde la sierra minera: Llegáis horadando con el viento, la sierra; negros pozos los de las minas con aros de viva cal, atraviesan el paisaje. la visión idílica de las isletas. Redonda la del centro, alargada la de Oriente, indecisa la occidental, en un suave concierto de peces como el mar recién creados que se escaparon dice para bañar sus hombros en el siempre ofrecido azul ( ) hasta llegar al inefable mar, con su racimo de islas y su avanzada de trigo candeal por cabo! 

Pero, lo que abunda es la prosa agridulce inspirada por el Cabo, como la del cuento de la Hija del torrero cuyo relieve fragoso de indómita belleza no ofrece sólo antorcha con los ojos del faro. Es éste un cuento con un extremo de orillas temerarias, donde la furia de las aguas y el alma escarpada del cabo luchan en feroz batalla, cobrándose vidas inocentes.

Estaba el camino del faro negro y afilado de viento con lluvia. Un terrible huracán de olas se rompía en los oídos... ¡Oscuro el mar, todo el mar desde Cabo de Palos, por una noche de tormenta blanca y roja sobre su faro!... ¡Ay tierra desnuda, desierta, horadada en su menhir!.

El farero o torrero es una figura importante en la vida real y literaria de Carmen Conde, como lo fuera en la exclusivamente literaria de Gabriel Miró. El farero que ella conoció se llamaba Ángel Rojas Veiga** y se convierte en un auténtico aliado de su campaña cultural. Las dos misiones más importantes se realizaron entre 1934 y 1935 y de ello dan noticia los documentos conservados en el extenso archivo de la escritora y la prensa de la época. El diario Levante agrario publicaba el 30 de octubre de 1934 la noticia: Una Biblioteca para Cabo de Palos. Y leíamos:

Por gestión del Consejo directivo de la Universidad Popular, de Cartagena, el Patronato de Misiones Pedagógicas ha concedido una importante y selecta biblioteca al pueblo de Cabo de Palos, que la ha acogido con gran júbilo. Para el mejor funcionamiento y conservación de esta biblioteca han sido nombrados valiosos elementos del pueblo del que forman parte la maestra nacional señorita Carmen García y el señor Rojas. 

Rojas, el farero, se convierte en el Bibliotecario del pueblo. Un día les escribe diciendo:

La Biblioteca está teniendo gran éxito. Debéis tener en cuenta que hace seis años no había existido aquí ninguna escuela y que únicamente sabía leer un porcentaje muy reducido; la vida intelectual era nula a excepción de una docena de personas hasta la llegada de la Biblioteca. 

Rojas era un contacto directo para la ciudad que proporcionaba con las Misiones cierto movimiento cultural al Cabo olvidado. Cabo de Palos y la vida de la Universidad Popular volvían a ser noticia en la prensa de 1934: Los diarios El Noticiero y La Tierra se hacían eco de las nuevas sesiones de cinema educativo en el mes de junio:

El día 12 de junio se leía: El domingo diez se verificó la anunciada sesión de Cine Educativo en Cabo de Palos a la que asistieron numerosos niños y mayores de aquel casería que acogieron con regocijo e interés las proyecciones, algunas de ellas, como la película sobre Presión atmosférica, subrayada con explicaciones verbales que facilitaron la fácil comprensión por todos de aquella interesante divulgación de física. El Jefe de Radio, señor Rojas, dio toda clase de facilidades a la Universidad Popular sin las cuales hubiese sido imposible realizar la Misión por carecer aquel pueblo de luz eléctrica. Se dejaron para las escuelas algunos ejemplares de la Antología del malogrado escritor unionense Cegarra Salcedo.

Hay otro momento importante en la vida del pueblo cabopalense unida a las Misiones Pedagógicas que sucede en 1935: la visita del joven poeta oriolano Miguel Hernández. El matrimonio Conde Oliver había planeado una excursión a Cabo de Palos para agosto de 1935 con el fin de visitar la Biblioteca cedida por la Universidad Popular. La prensa destaca la noticia diciendo que acompañó en su visita el exquisito poeta oriolano Miguel Hernández, admirador profundo de estas costas de Levante. Allí, a los pies del faro, leyeron los relatos de Gabriel Miró inspirados en ese espacio y trajeron a sus crónicas a Andrés Cegarra, que tanto amaba esa zona costera. La excursión tuvo el máximo de facilidades para el traslado de quienes quisieran participar, pues contaba con el apoyo La Junta local del patronato Nacional del Turismo en la persona de su secretario jefe, el señor Martínez Illescas.

Miguel Hernández en Cabo de Palos, 28 de agosto de 1935***

Por admiración y gratitud hacia Oliver, aceptó Rojas Veiga la petición de pronunciar unas lecciones especializada en la Universidad Popular. Así se desarrolló un cursillo con los temas "Principios del movimiento ondulatorio", "Comunicación del movimiento ondulatorio" y "Ondas etéreas y su recepción". Las lecciones, dice Rodríguez Cánovas autor del libro Antonio Oliver y la Universidad Popular de Cartagena, fueron escuchadas por gran número de afiliados, unos pensando en su futuro, otros por ampliar simplemente sus conocimientos. Y hasta aquí, 1935, llega la noticia de la presencia de Carmen Conde en Cabo de Palos. Entre el final de 1933 y 1935 han sucedido demasiadas adversidades: haber perdido a la hija que esperaba, la muerte de su padre, la enfermedad cardíaca congénita de Oliver, las idas y venidas a Madrid con su pasajera función de inspectora en un orfanato de El Pardo y provisional traslado de Oliver. Y finalmente, en 1936, la Guerra Civil española. Uno de los primeros atentados fue la destrucción de la Universidad Popular y todo su contenido.

La guerra es la brecha incisiva, filosa, que abre un antes y un después en la vida de Carmen Conde, como en la de tantos españoles que la sufrieron. Carmen Conde no vuelve a pisar esta tierra públicamente, oficialmente, hasta Pero recurre a su experiencia física para volver a recrearla en su obra como hiciera con aquellas prosas líricas veinte años atrás, durante los que se vio obligada a esconderse tras los seudónimos y a no mencionar su pasado para no poner en riesgo la vida de otros. Así, en el libro infantil Don Juan de Austria publicado por Hesperia en 1943, realiza un paréntesis para recrearse por el puerto de Cartagena, el paso de Cervantes por la ciudad, el monumento funerario de la Torre Ciega y la amada visión del monasterio de San Ginés de la Jara. Pero será en 1954, con su novela Las oscuras raíces por la que consiguió el Premio Elisentda de Moncada, donde se detiene por el eterno huerto de naranjos, los rosales, las palmeras y el mismo Cabo de Palos, al que menciona de pasada haciendo un recorrido por el paisaje marino del Levante español:

Desde Cabo de Palos a Cabo de San Antonio corren los anhelantes corceles del oleaje buscando pistas que sólo hollaron en el cielo. La espuma ambiciona aquel país, se levanta, lo roza, para volver a dormirse en las playas cuajadas de conchas pulidas y caracoles diminutos. No es el fiero inacabable y rápido, infatigable fragor del Cantábrico; es un olear denso, hondo, que casi en silencio aspira a los cuerpos y se los lleva, diabólico, para devorarlos mansamente. Sobre el aceitoso verdor del agua resbalan barcas inocentes que no supieron nada hasta la hora de volver al puerto...

El mismo año en que se publica Las oscuras raíces, Carmen Conde nos entrega Cobre, volumen en el cual reúne dos relatos: Destino hallado y Solamente un viaje. De ellos nos interesa comentar el primero puesto que el lugar de acción se da en Cartagena. En este relato la autora refleja parte de su infanciaadolescencia, evocando situaciones problemáticas reales, si bien con soluciones recreadas. Quedan así escritos los nombres de calles, los recorridos, los paisajes y anhelos, la personalidad de la Carmen Conde que fue unida a la que es en el momento de escribir el relato. Las variantes que propone a esa realidad de la que parte, son recursos empleados con el fin de novelar sobre su vida además de establecer el consabido estudio existencialista y sobre la psicología de determinados tipos humanos. En cuanto al Cabo, narra en primera persona:

Entonces mi padre nos envió a Cabo de Palos para que se aliviara mi irritabilidad estival. Me llevé unos libros y, entre ellos, El ángel, el molino, el caracol del faro. Gabriel Miró vivió en Cabo de Palos, en casa de unos parientes suyos, amigos de mi abuelo, y conocía las trágicas anécdotas del Cabo. Precisamente en aquel libro suyo se hablaba del naufragio del Sirio****, un barco que se hundió por culpa de la borrachera de su capitán, que lo metió en los bajos de las Hormigas. En la playa del Cabo se veían sepulturas de unas monjas, las mismas que Miró describe magistralmente, a las que el agua arrojó a la playa púdicamente envueltas en sus hábitos Hice amistad con unos pescadores que me dijeron que ellos habían llevado a Gabriel Miró en su barca, hasta Las Hormigas, hasta Escombreras. Era un señor alto, rubio, con un mechón de cabellos sobre la frente, muy educado y muy cariñoso. Sí, yo lo había visto ya en Madrid, a tanto me atreví y le amaba con profundo respeto y admiración inextinguible. Subimos al faro, palmera que se cimbrea cuando el viento sopla amenazador. Nos tendimos en la playa, escalamos rocas agudas, vimos funcionar la radiotelegrafía del Cabo, sembrando chispazos en torno suyo, al mando de un apuesto funcionario llamado Rojas, hombre cordial y generoso. Fuimos felices unos días largos y volvimos en coche hasta Los Blancos; allí nos desviamos para visitar el Convento de San Ginés de la Jara en ruinas...

Con la visita a este pedazo de tierra concluye su revisión-homenaje a un pasado espléndido y esforzado que la situaría en el lugar merecido muchos años después. Sólo entonces, a sus 47 años, estaría en condiciones de pronunciar el adiós emocionado, rotundo, cuando no podía sospechar que el regreso o el abrazo de su tierra dos décadas más tarde: ¡Adiós, cándidos molinos de velas del campo que me viera nacer! ¡Adiós, balsas que recibían el agua fresca que los arcaduces les vertían con sosiego! ¡Adiós, palmeras, olivos, eucaliptos, adiós! 

Se prolonga este adiós hasta los años setenta. El recuerdo se pierde, el Mar Menor y la tierra que la vio nacer le duelen demasiado, por eso se instala en La Tierra de nadie para siempre, aunque 1971 le regala una brisa de vida, un pálpito vital necesario que recoge agradecida. Carmen Conde es invitada de honor del Festival del Cante de las Minas. Ella nos lo cuenta en sus memorias, pero también resulta una sensacional noticia para la prensa regional. Así el 8 de agosto del mencionado año, es el mismo Alcalde de La Unión, Antonio Sánchez Pérez, quien confirma a la prensa la llegada de la escritora.

En el mismo número extra sobre La Unión, titulado "La Unión en su XI Festival Nacional del Cante de Las Minas. Agosto 1971", Asensio Sáez cita a Carmen Conde en Presencia de la mujer en la copla minera destacando esta reflexión:

No existe duelo de amor entre el minero y su hembra; se trata de un bronco proceso que va desde la mina de tierra a la mina de carne: el vientre de la mujer que recibe el trato de madre, o la compañía de la mujer que será madre. Lo escribió Carmen Conde en un magnífico ensayo sobre nuestro Cante el más dramático de España en Arriba.

Por su parte, Carmen Conde escribía con fecha del 14 de agosto de 1971 su vivencia: Estoy aquí, en el Hotel Galúa, desde el día 12, invitada por el Ayuntamiento de La Unión para el XI festival del Cante de las Minas. Otorgué un premio de cinco mil pesetas al Premio Antonio Oliver y no sé quién se lo llevará. Son cinco billetes con la efigie de San Isidoro (Santo nacido en Cartagena, con sus otros hermanos); van en un billete con su plaquita de plata, llevando el nombre de Antonio y su premio.

De este esplendoroso año para la vida de la poetisa, también Asensio Sáez documenta el hecho en su libro de Crónicas del Festival del Cante de las Minas, donde expone los detalles más significativos, las palabras más fervorosas de las personalidades invitadas a dicho certamen; he aquí la pequeña crónica del autor unionense: Es la primera vez que asiste al Festival. Al preguntarle a Carmen si se encuentra satisfecha en La Unión, contesta rápidamente: es una cosa significativa, y que agradezco más, el que haya sido La Unión el primer pedazo de mi tierra que me ha reclamado para tenerme con ella unos días. (El Noticiero). Carmen crea el Premio Antonio Oliver a favor del Festival, en memoria del amor que él sentía por esta manifestación del arte, el mismo que siento yo... El premio irá a parar luego a manos grata coincidencia! de un intelectual del cante, Alfredo Arrebola. Con el dinero, la propia Carmen entregará al ganador un libro de poemas de Antonio Oliver. Hermosa fórmula de equilibrio ésta de aunar verso con plata.

Con toda justicia puede afirmarse que el verano del 71 fue distinto a las decenas de anteriores estíos. En su prodigiosa memoria queda tal huella que nace un libro, La Rambla dedicado a la ciudad minera y a otros lugares entrañables como el barrio de Santa Lucía. En el tercer volumen de sus relatos autobiográficos refleja fielmente aquellas sesiones de cante que presenció, citando con apreciaciones personalísimas a los cantaores que actuaron: La Perla de Cádiz, madura, gordota, con gracia fina y un dulce rescoldo en la garganta, más intenso que el tono alto y cercando desgarro. Gabriel Moreno, el que va con Lucero Tena, canta alto y bien entonado; con mucho sentimiento y pasión. Morenete, pequeñito y feucho, con pelos colgantes, es un clásico despacioso y bueno. Tiene horizonte en su voz y la de "confidencia" no está exenta de vigor y fuerza. El Mairena menor sabe cantar y canta. Pero está vacío. Monótono. El guitarrista Fernández Piñana, único en toda la sesión, es muy bueno; su guitarra canta en todos los tonos y sentires. Un gitano, Chocolate, tiene salero y voz. Lástima que sus letras sean tan feas, en general. 

Pero además de pasear libremente por las noches mineras, Carmen no desaprovecha los días: Empecé las gestiones -dice- para que la Agrupación Los Molinos de Velas, del Campo de Cartagena, ponga un molino con el nombre de Antonio Oliver, su máximo cantor. Lo dotaría de Biblioteca y cuanto pudiere más.



También visita a la familia, espera al primo Antonio Abellán, que la llevaría a su casa de Islas Menores. Y pretende vender el terreno que poseía en la Bocamanga: Llamé     -cuenta ella- al hijo de Pepe Sánchez Balibrea (que fue uno de nuestros colaboradores en nuestra Universidad Popular ya no existente), a ver si puedo hablar acerca de la posible venta del terreno que tenemos en la Bocamanga, mi cuñada María y yo.

Cuando Carmen Conde viene al Mar Menor, por muy ajustado que tenga su programa, no pasa por alto el baño cálido y salino de este mar suyo, ni la visita de los amigos más allegados. Solía ir a Cabo de Palos, a comer a La Tana, a Calarreona a casa de los Sáez. Uno de esos días es invitada a la casa amiga, que describe con entusiasmo:

El simpático albergue de los Sáez se encuentra en una punta casi ovalada, sobre el acantilado, ofreciendo una hermosísima vista sobre la mar al pie de sus riscos. Está amueblado con gracia y eficacia, sencillamente todo. 

Además, se complace en recordar algunos tipismos gastronómicos murcianos, como el "tocino de cielo" y "el pastel de cierva". Muy agradable debió ser aquel encuentro amical cuando el mismo Asensio Sáez, lo recuerda como anécdota extraordinaria en el libro-homenaje hecho para la autora en 1990, en un texto titulado Echar la tarde a tocinos de cielo. La composición no deja de tener su gracia, además de resultar de una exquisitez impresionante, por la cantidad de imágenes preciosistas empleadas. He aquí uno de los párrafos más acertados y "dulces" que se puedan leer, escrito con el ingenio y la soltura característica del escritor unionense: Aguardábamos mi familia y yo a Carmen en nuestra casa de Calarreona, donde almorzaría con nosotros. Había encargado yo, como grata muestra de la dulcería de la tierra, un tocino de cielo, tantas veces cantado por mí, prosa y verso por medio. Apareció enseguida María Cegarra, que también habría de comer con nosotros, envoltorio confiteril en mano.

María Cegarra, Carmen Conde y Antonio Oliver en homenaje a Gabriel Miró el 2 de octubre de 1932 - Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver


-¿Qué traes, María? 
-Un tocino de cielo. Llegó, a su vez, Carmen. Sacó del coche un misterioso paquete, protegido por un coquetón papel de confitería, lo que enseguida dio pie a la oportuna alabanza de la gastronomía pastelera de la región, tan pródiga, tan añorada por Carmen desde su paisaje madrileño, lejos de los nunca bien loados pasteles de cierva, tortadas que no tartas, coruscantes yemas...

-Más ejemplos, Carmen, más ejemplos. 
-Pues hijo, uno de estos tocinos de cielo que os traigo. -¡No! 
Ni qué decir tiene que, tras el almuerzo, la tarde fue echada a tocinos de cielo, golosa competencia de áureos sabores, y ya todo el cielo verdadero fue un inmenso panal de almíbares, yemas y azúcares, paleta de amarillos, acaramelados sienas y rutilantes jaldes, hartazgo de oros de Rembrandt, en fin, entre los que se llegó a contar el unánime propósito, enteramente comprensible: 
Tardará mucho tiempo en llegar, si es que llega, la decisión de llevarnos a la boca un tocino de cielo, aunque del mismísimo cielo verdadero proced.

Ya no dejará de venir a Cartagena y el entorno del Mar Menor y Cabo de Palos.

Una vez, cuenta: ...Me alojaron ¡horror!, en un hotel nuevo, Cavanna, de La Manga; pretencioso pero desorganizado y de malísimos servicios, hasta en el comedor.

Además de estas familias, otra importante relación de Carmen Conde en Cabo de Palos la tiene con José Mª Rubio Paredes, médico y escritor cartagenero con residencia en Madrid, cuyo respeto y admiración por su paisana, le llevó a abundar en sus orígenes dando como resultado su estudio sobre la Obra Juvenil de Carmen Conde, publicada por Torremozas. Años después se convierte en el principal albacea de la escritora a quien le debemos que su legado se encuentre en nuestra ciudad. La última visita de Carmen Conde a Cabo de Palos fue precisamente a la residencia de este amigo y albacea testamentario el doctor Rubio Paredes. La huella literaria, después de la experiencia vivida en las tierras unionenses, unida a su recuerdo de juventud, se aúnan en La Rambla. El Cabo ya no es suave, rumoroso de olas, ni el faro se cimbrea como dúctil palmera. Cabo de Palos no deja de ser egregio, mantiene la huella de Miró y de Cegarra Salcedo, pero también es más objetivo y real por lo que lo observa más fiero:

Cabo de Palos se hunde en el mar, violentamente. Pocos son los que han hablado de su solitaria hermosura, pero entre ellos está Gabriel Miró y Andrés Cegarra Salcedo, aquel escritor paralítico que supo recorrérselo con firmeza.

 Cabo de Palos es el extremo ambicioso de un litoral suave, ceñido por una manga de tierra que lo separa del mar Mediterráneo poblado de graciosas islas menudas y solitarias. Mar Menor se llama este gran charco de agua espesa, salobre, densa, más azul que ninguna y más olorosa. En el extremo de la sierra minera, que llega desde Cartagena casi y se encuentra antes del mar Menor hay montecillos no tan lunares como los de Los Blancos, no tan austeros como los que sostienen la ermita de Los Ángeles sobre San Ginés de la Xara: pequeños montes por cuyas laderas bullen rebaños de cabras olisqueando un pasto casi imaginario...

Salpica el nombre de Cabo de Palos en más ocasiones la lectura de La Rambla. Después volvemos a encontrarlo en un cuentecillo infantil, el del ruiseñor enamorado incluido en Madre ballena y otros cuentos de la editorial Everest: un pequeño ruiseñor narra su vuelo desde las costas de África hasta el mismísimo Cabo de Palos. El vuelo del pajarillo es el suyo propio, el de Melilla, aunque ella lo hiciera en barco, naturalmente.

Éstas son sus señas del Cabo, de esta punta de nuestro litoral, un pedazo condensado de vida, una vuelta escondida y nostálgica, unos constantes escarceos estivales rodeada del cariño de los amigos de siempre y una huella eterna que pasea a conciencia por el mundo, entre su palabra viva, densa de mar, brava, mediterráneamente suya.


*María Victoria Martín González (Cartagena, 1964) es doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia. Como filóloga ha dedicado sus estudios a la vida y obra de Carmen Conde. Ha recibido el Premio Nacional de Investigación del Patronato Carmen Conde-Antonio Oliver por su obra Proyección internacional de Carmen Conde: el viaje como pretexto (Ayuntamiento de Cartagena, 2002).

"Cabo de Palos en la vida y obra de Carmen Conde" fue publicado en el número 24 de la revista Cartagena Histórica, correspondiente a julio-agosto de 2008

**"Estampas del faro" forma parte de una serie de relatos que Gabriel Miró publicó en el periódico barcelonés La Publicitat entre 1919 y 1920 y que fueron recogidos en el libro El ángel, el molino y el caracol del faro, publicado en 1921. https://historiasyleyendasdecartagena.blogspot.com/2018/09/estampas-del-faro-el-sicilia-de-gabriel.html
Sobre la tragedia del traatlántico, véase El Naufragio del Sirio

***En octubre de 1934 se puso en marcha la primera biblioteca pública en Cabo de Palos gracias a las gestiones llevadas a cabo por la directiva de la Universidad Popular de Cartagena junto al Patronato de Misiones Pedagógicas, encabezadas por Carmen Conde y su marido Antonio Oliver.
Un año más tarde, el 4 de diciembre de 1935, decidieron ponerle nombre: “Biblioteca Popular de Cabo de Palos”, nombrándose como presidente al mencionado Ángel Rojas Veiga, como directora técnica a Carmen García Calvo y de vocales a Antonio Gil y Francisco García, ambos torreros, y  Joaquín Más Aracil, el por aquél entonces maestro
en el pueblo.


****Miguel Hernández (el quinto por la derecha si se mira la foto de frente). En la foto aparecen también Antonio Oliver, Ángel Rojas Veiga y su mujer Rita Ferrer.
La fotografía fue tomada -posiblemente por Carmen Conde- el día 28 de agosto de 1935. Un día antes, Miguel Hernández había pronunciado una conferencia en Cartagena, dentro de las Misiones Pedagógicas, y para el día siguiente había programado una excursión a Cabo de Palos junto a su amiga Carmen Conde y su amigo Antonio Oliver.
"La Universidad Popular contó con la colaboración de la Junta Local del Patronato de Turismo que facilitó el traslado de los excursionistas y la reducción del coste del viaje. La expedición fue recibida por el jefe de la Estación de Radiotelegrafía de Cabo de Palos, Ángel Rojas Veiga. La excursión contó con un acompañante de excepción, el poeta Miguel Hernández"